

El ROI infinito
La reflexión de agosto de nuestro CEO, Raúl Respaldiza, sobre esas recompensas inesperadas que a veces nos regala la vida y que nunca veremos en ningún "business plan"
Estos días de agosto siempre son propicios para pensar, fuera de las presiones y urgencias del día a día de locos en el que vivimos. En eso estaba yo el otro día, sentado sobre la orilla del mar, sin más obligaciones que lanzar sobre el agua a la distancia de unos metros de mí una piedra tras otra. Cuando era pequeño, esto era una competición -incluso estando solo-, en la que el reto era llegar cada vez más lejos. Pero ahora no. Cosas seguro de la edad. Ahora ese “lanzamiento de piedra” es un mero acto reflejo que acompaña como ninguno esos momentos de relajación que todos necesitamos.
Y ahí estaba yo pensando en ese premio inesperado que la vida me ha regalado por ser empresario. Un multiplicador del ROI al infinito, aunque jamás se verá en ninguna hoja de cálculo junto al TIR, al VAN y a todos esos indicadores tan necesarios en cualquier análisis financiero. Será porque ese multiplicador extraño tampoco lo enseñan en ninguna escuela de negocios.
Si me hubieran dicho cuando era joven -más, incluso, que ahora- que iba a montar una empresa, la verdad es que me habría echado a reír. No me refiero tanto a que estuviera bien en mi posición de empleado por cuenta ajena (que lo estaba), sino a que honestamente nunca pensé que yo tuviera esa “madera”. Por lo que, en mi caso, la respuesta a esa tópica pregunta de si el empresario nace o se hace es bien clara. De hecho, todavía aún me pregunto si realmente tengo esa “madera”. El caso es que una salida, entre extraña e inesperada, del lugar en el que a medio mundo le gustaría trabajar me llevó a tomar esa decisión. Bueno, ¿realmente la tomé? No sé, creo que simplemente comencé. Y hasta ahora…
Pero no quiero alejarme del verdadero sentido de mi reflexión delante de ese Mediterráneo al que nadie ha cantado como Serrat. Tenía un plan de negocio, claro. ¿Cómo no iba a tenerlo? Ya sabes, pon siempre un business plan en tu vida. Lo que olvidé por completo fue incluir en él el KPI más importante. Ese que proyecta el ROI al infinito, aunque -será porque la vida y las finanzas no se entienden fácilmente- es siempre despreciado por los inversores más sofisticados. Se llama “familia” y no es la de sangre. Aunque en esa también tuve mucha, mucha suerte.
Porque monté una empresa y lo que hoy me encuentro en ZERTIOR, trece años después, es una familia. Julio, Javier, otro Julio -Lina-, Sandrine, César, Juan, Rober… son el mejor exponente de lo que en España significa la palabra “Lealtad”: ese pegamento que nos une a todos, cuyo ingrediente mágico es la disposición incondicional, sobre todo cuando de lo que se trata es de algo importante de verdad. Porque no todo lo es.
El horizonte del Mediterráneo y una nueva piedra llevaron mi mente al Atlántico y, a través de él, a Hispanoamérica (no Latinoamérica, como acertadamente me pide Pablo que le llame). Junto con Estrella y una muy pequeña Candela (otras “cracks”), allí lanzamos, hace ya unos cuantos años, a Julio, uno de nuestros mejores paracaidistas. Llevaba apenas un cortaúñas y víveres para unas pocas semanas. Pese a ello, supo encontrar allí a personas increíbles, junto a las cuales y no sin dificultades (darían para escribir un libro), fuimos armando y consolidando lo que hoy es ZERTIOR Chile.
Entonces coges otra piedra, la tiras y te das cuenta de lo inmensamente rico que eres por saber que a más de 8.000 kms. de distancia está también tu familia. Augusto, Pizarro, Rafa, Osvaldo, Sergio, mi tocayo Raúl… El mismo idioma y la misma manera de entender la palabra “Lealtad”. Tan lejos y, a la vez, tan cerca.
Y recuerdas cómo empezó todo, imaginando y dibujando un proyecto en la planta de arriba de un Rodilla de Pozuelo, a la que acudía cada día con mi portátil para situarme en una esquina privilegiada, por tranquila y escondida. Bueno, y porque tenía un enchufe al lado, claro. Siempre con el excel abierto, pero con la ignorancia de quien no conocía donde iba a estar el ROI infinito.
Entonces sonríes, tiras otra piedra y te despides del mar hasta el verano próximo…
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