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Siempre amanece, pero conviene madrugar

Siempre amanece, pero conviene madrugar

Nuestro CEO, Raúl Respaldiza, se despide de agosto recordando la receta para que el barco avance, venga el viento de donde venga

Dicen que la felicidad no es estar a salvo de la tormenta, sino encontrar la paz en medio de ella. Porque en la vida, claro está, siempre hay tormentas. La de ahora raya, quizás, la categoría de “tsunami”, dejando tras de sí un daño personal irreparable para algunos -en realidad, para demasiados- y un horizonte profesional de incertidumbre para todos.

Parafraseando de nuevo, dicen que ante ese vendaval a bordo hay tres actitudes: la del pesimista, que se queja del viento; la del optimista, que espera a que se calme; y la del realista, que ajusta las velas.

Ante el panorama actual, quiero pensar que nuestros responsables políticos llevan tiempo ajustando las velas, pero no puedo dejar de sentir un profundo escepticismo a ese respecto. De lo que no me cabe la menor duda es de que los otros dos grupos -los pesimistas y los optimistas- están más que representados en nuestras instituciones y en nuestros dirigentes. Supongo que cada uno de ellos arrastrará a su vez (cosas del engagement, ese concepto aspiracional de todo el sector) a seguidores con tendencias afines a ese optimismo o pesimismo enfermizos. Pero bueno, ahí está la opción de cada uno. Porque, no nos engañemos, siempre hay una opción.

Pero tranquilos, no es mi intención hacer aquí un juicio político, sino más bien una reflexión de gestión, desde la credibilidad que me aporta, sin vanidad alguna (sería ridículo mostrar cualquier atisbo de ella), ser uno de esos empresarios que crea empleo y riqueza. Y, por tanto, por qué no decirlo, de ser parte de ese grupo de valientes que de verdad sostiene un país. De esos que saben lo que es la presión, de los que se llevan a casa los problemas, de los que sienten el compromiso con y de un equipo y, por extensión, la responsabilidad hacia él y hacia sus familias. Por cierto, se llama Lealtad -con mayúsculas- y siempre es bidireccional.

Os aseguro que cuando se siente todo eso, no ajustar las velas no es una opción, sino una irresponsabilidad.

Zertior ya nació con un mar enfurecido allá por 2008, así que sabemos lo que es navegar en aguas complicadas. Aunque parece que aquello fuera un río, comparado con este océano actual de incertidumbre. Nosotros tratamos de hacer los deberes y en nuestro barco toda la tripulación, a ambos lados del Atlántico, lleva ya tiempo ajustando las velas. En el contexto actual, ello puede parecer una expresión pesimista -incluso alguno la identificaría con un ajuste de plantilla- pero para nada lo es. Todos seguimos en la cubierta. Es simplemente una actitud responsable y comprometida ante una situación que requiere lo mejor de cada uno.

Por supuesto, no somos idiotas, y todos deseamos que el viento también ayude con la fuerza y en la dirección adecuadas, aunque a la vez estamos temerosos de que el temporal arrecie aún más si cabe. Conclusión, nosotros a lo nuestro. Desde un pragmatismo total -ninguno como el del empresario- es la receta ganadora: si el viento cambia y ayuda, iremos bastante más rápido; y si sopla aún peor, estaremos bien entrenados y mentalizados. Como siempre hemos hecho. Y, la verdad, nos ha ido bien.

Por cierto, ¿será esa también la receta que están aplicando nuestros dirigentes? Perdonad, no he podido evitar volver a ello…

Me encanta este atardecer en la playa. Quizás porque sé que tras él llegará el amanecer… ¿Veis? Al final, soy un tío optimista.

¡Feliz final de verano a todos!