

Como te digo una co’ te digo la o’
Otra vez una newsletter a la que llego tarde, con la lengua fuera. Tenia toda la intención de escribir algo sobre innovación, que es un poco a lo que me dedico, pero al final me estoy poniendo con el tema en un avión de camino a Monterrey sin Internet, sin IA que me asista ni Dios que me ampare; así que, así las cosas, la mirada promete ser más analógica que disruptiva. A ver qué sale.
Hablando de aviones, creo que se han convertido en los espacios donde más películas veo. Sé que ya hay WiFi en casi todos los vuelos y eso, pero en mi mente los aviones deberían seguir siendo esos espacios aislados en los que uno avisa cuando se mete, pero no se vuelve a saber nada de uno hasta que el artefacto alado no aterriza. Es como la sensación que me ha contado varias veces mi amigo Julio -trabaja en la ESA y es una de las personas más inteligentes que conozco; algún día les hablaré de él- acerca de los vuelos con gravedad cero, en los que los aviones trazan una línea ascendente en el aire, como cualquier avión que despega, pero en lugar de desacelerar para estabilizar el vuelo, alcanzado un determinado punto apaga los motores. De esta manera, el avión continúa con su línea ascendente por la inercia, pero llega un a punto en el que la gravedad lo frena, claro, y es cuando, justo antes de que empiece a bajar, los pasajeros experimentan una sensación de gravedad cero que dura unos segundos, que son suficientes como para que todo lo que no esté sujetado empiece a flotar por los aires, incluidas las personas. A mí con el WiFi me pasa algo parecido en los aviones, es como que me anclo en un pasado donde no existía internet y mi mente se queda como ingrávida. Flotando.
Que me lío, que estaba hablando de películas. Entre las opciones que tenían en el vuelo, encontré Gladiator II. Dudé en verla por aquello de hacerlo en una buena pantalla y con un buen sonido en mi casa, pero después pensé que al durar casi dos horas y media me costaría encontrar el momento como para dedicarle mi atención con tranquilidad. Total, que la vi entera. Tranquil@s, que no haré spoiler, simplemente vengo a recordar una frase que ya nos había dicho Maximmus en la primera -que tiene muchos años y recomiendo, y que como es tan antigua puedo contar una cosa ínfima que tiene- y que le da cierta épica a la vida de estos romanos. La frase dice “What we do in life, echoes in eternity”, y yo intentando no mancharme con el tomate que le ponen al pollo que nos habían dado de comer, con el que me estaba quemando mientras miraba la pantalla del avión, tan diminuta como sentía que era mi vida.
Me empecé a preguntar qué estaba haciendo yo con mi vida que pudiera resonar (o hacer eco) en la eternidad. Le he dado unas cuantas vueltas al asunto, pero tristemente no se me ocurrió gran cosa. A mi lado iba un tipo muy grande que me incomodaba bastante para escribir y pensaba en qué estaría haciendo él con su vida que pudiera tener tanto impacto. Luego fui al baño e iba escudriñando a todo el mundo en la oscuridad viendo quién podría estar haciendo algo de su vida, pero no vi yo muchas caras de ecos futuros.
Una cosa lleva a la otra -me encanta esa frase porque puede significar el preludio de algo que tiene lógica que vaya a pasar o todo lo contrario, que explique algo que uno no se espera- y como no avanzaba mucho en mis pensamientos, me puse a leer un libro de María Gainza: El nervio óptico. Pienso que me encantaría tener la frescura que tiene María para escribir. Recuerdo también una entrevista que le hizo Javier Aznar en uno de mis podcasts favoritos, Hotel Jorge Juan, en la que me sentí muy representado por una cosa que dijo; algo así como que ella pensaba mejor con los dedos que con la cabeza, justificando por qué no le gustaba dar entrevistas. Decía que siempre que ocurrían situaciones en las que tenía algo que decir, pasadas unas horas se imaginaba una respuesta mucho mejor que la que había dicho. Imagino que nos pasa un poco a todos. La gran diferencia entre ella y yo es que a mí me encanta cómo ella escribe. Me rio mucho con sus constantes analogías y metáforas. Envidio mucho a la gente que sabe elegirlas y tiene la rapidez de hacerlo, sea con la cabeza o con los dedos. Imagino que me viene de un curso de oratoria que nos dieron en la Universidad Nacional de La Plata, que es donde me gradué como Ingeniero Industrial, en el que me dijeron que siempre que hablemos en público tengamos cuidado con las analogías y las metáforas que eligiéramos para intentar graficar o explicar algo que estuviéramos contando, que nos podrían meter en un lío.
En fin, que yo aquí sigo sin saber de qué va esto y me imagino las caras de mis compañeros Miguel y Roberto cuando lean esta Mirada Disruptiva totalmente fake que les estoy pasando. No la publicarán y yo habré destinado algo así como una horita a escribir algo que no tiene ningún sentido. O, bueno, quizás tenga alguno.
Quién sabe, quizás uno se pone a escribir por obligación y lo termina haciendo porque le gusta. Quizás uno a veces viene a contar algo que sabe y termina contando otra cosa. Escribir, en definitiva, es llenar un espacio en blanco con algo que alguien puede inmortalizar, como le ha pasado a tantos escritores a lo largo de la historia. No será el caso. Pero hay una cosa que tengo clara y es que la vida es aquello que pasa cuando uno no tiene el móvil en la mano o, como en este caso, internet. Y por fin reflexiono sobre la importancia que tiene aburrirse y pasar tiempo desconectado. Quizás la gente de antes tenía más tendencia a hacer cosas épicas porque hacer algo, lo que fuera, tenía más sentido que aburrirse y estar quieto sin motivaciones tecnológicas ni microchutes de dopamina constante. Quizás tanta disrupción y tecnología acumulada nos haga la vida más fácil pero, a la vez, le quite esa épica que tenían los romanos.
Yo aquí lo dejo. Sin saber de qué fue este artículo que no hará ningún eco en la eternidad, pero que me sirvió, una vez más, para recordar que uno está más cerca de lograr cosas importantes cuando simplemente se pone a hacer algo que no sea scroll. Sea por obligación como empezó este pequeño relato o por el mero placer que me ha generado escribir con el que lo termino.
Justo ahora me viene a la mente, tarde -otra vez- la canción de Joaquín Sabina, “Como te digo una co’ te digo la o’”, que me podría llevar a seguir escribiendo, pero tengo cierta intención de que en algún otro momento puedan leer algo interesante en otro artículo que escriba, así que me callo ya. Se lo pondré al título, qué cojones…