En esta edición de su columna, nuestro director de innovación, Juan Arano, echa su mirada hacia los fantasmas, recelos y entusiasmo que genera el metaverso en la sociedad
MARZO | TAGS: La mirada disruptiva, Metaverso
Siempre me gustaron las historias de ciencia ficción y de casi todos sus subgéneros: desde Star Wars y Blade Runner, pasando por el Señor de los Anillos, El Hobbit, Harry Potter, Avatar, Juego de Tronos y muchas otras más historias que nos hacen meternos en otros mundos que, en teoría, no existen. También me encantan aquellos otros valientes que se adelantan al futuro y recrean, con más o menos acierto, escenarios que tienen más que ver con lo que sí conocemos, pero en años por venir: Ex Machina, Ready Player One, Black Mirror, o las míticas como Demolition Man o Back to the Future. La literatura también está llena de ejemplos como el de George Orwell, el “padre” de nuestro Gran Hermano de cada día, Julio Verne, Ray Bradbury, Isaac Asimov, Aldous Huxley…
Siempre me pregunté cómo puede haber gente a la que no le gusten este tipo de historias. Cómo puede ser que alguien no admire la creatividad y la imaginación que hay detrás de la invención de una nueva especie, un nuevo mundo, un nuevo idioma, nuevas tribus, razas, seres fantásticos, tecnologías… Entiendo que cada uno tenga sus preferencias y que les puedan gustar unas historias sobre otras, pero me cuesta empatizar con alguien que desdeña el género fantástico y que, además, en la mayoría de los casos, al insistir con un obstinado “¿cómo puede ser que no te guste?”, se limitan a contestar con un desganado “no sé, porque no”.
Cuesta tanto imaginar un escenario que no existe, un futuro incierto, un mundo utópico -o uno distópico-, que ahora que se nos avecina una tecnología que va a cambiar aún más la forma en la que nos relacionamos, es como si de repente estuviéramos al principio de una novela fantástica, en las primeras escenas de una de esas películas futuristas o apenas viendo las primeras nubes de una tormenta a lo lejos que viene cargada de agua, dispuesta a mojarnos mucho a todos.
Porque ahora no hablamos de ficción, sino de la realidad, de lo que verdaderamente nos va a pasar como sociedad, como humanidad, como especie, como raza. Se nos viene encima algo que alguien ha llamado METAVERSO basándose justamente en una novela de ciencia ficción llamada Snow Crash, de Neal Stephenson, donde se lo define como “un espacio virtual, colectivo, compatible y convergente con la realidad”.
Es el momento de entrar en el METAVERSO
Alguien me dijo hace unos días: métete ahora en el metaverso, porque incluso los que saben, no saben mucho… Está todo por hacer. Y cómo no lo va a estar, si cuando te pones a leer, a investigar, a escuchar o a ver, te das cuenta de que se está creando un universo paralelo a la realidad que uno puede tocar, ver, sentir, oler y disfrutar. Dicen los creyentes que Dios tardó 6 días en crear el mundo en el que vivimos y que el séptimo día descansó, y también hay quien dice que cada día en realidad era un milenio, quién sabe… Lo que sí vaticinan los que parecen saber es que la creación de este nuevo universo tomará algunos años, generará muchos puestos de trabajo y, según Bloomberg, podría significar un negocio de 800 billones de dólares para 2024. Sí, leíste bien.
¿Cómo? Pues imagina que en ese nuevo mundo que aún se está por crear, vamos a poder jugar, ir a conciertos (Fortnite hizo varios ya), trabajar, comprarnos cosas, “relacionarnos” con otras personas a través de avatares; en definitiva, formar parte del día a día de una nueva forma de concebir una sociedad que también tendrá sus costes. No perdamos de vista que ya hay gente comprándose terrenos en el metaverso y que ya hay empresas como Republic Realm que se ha comprado lotes por valor de 4,3 millones de dólares.
¿Y cómo va a ser eso? Pues parece que aún no es del todo posible, justamente por la falta de avances tecnológicos. El metaverso obligará a conectarnos de una manera artificial, a través de dispositivos que combinen la realidad virtual y la aumentada, que nos permitan ingresar e interactuar con el medio y con otras personas conectadas, a su vez, a través de otros dispositivos. Por eso hay quien habla de tres reglas básicas imprescindibles en el metaverso, que son:
Interactividad: los usuarios tienen que poder interactuar e influir con otros objetos y usuarios.
Incorporeidad: que es un término que hasta me cuesta escribirlo y que nos remite a la eliminación de las barreras físicas y a la corporeización de objetos y personas, como puede ser nuestro propio avatar.
Persistencia: que alude a la conexión de varias tecnologías que nos permitirá tener una presencia continuada en ese nuevo mundo.
La máxima revolución desde la creación de internet
Más allá de entenderlo, temerlo, respetarlo, ignorarlo o asumir el sentimiento que esto nos genere, sea cual sea, la verdad es que estamos al principio de una revolución similar a la que significó la llegada de internet.
En aquel entonces, las grandes compañías de telecomunicaciones nos dotaron de una nueva tecnología sobre la que ciertos “listos” construyeron capas de negocio que hoy en día son imprescindibles para el mundo en el que vivimos: Google, Facebook, Amazon, Netflix, AirBnb y tantas otras empresas que se aprovecharon de la conectividad, relegando y poniendo en serio peligro a los modelos de negocio, hasta entonces, tradicionales. Quizás por eso es por lo que Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, ha rebautizado a su empresa como META, justamente para que no le pase lo que les pasó a los dueños de Blockbuster, por ejemplo, cuando no supieron aceptar el acuerdo que un incipiente Netflix les estaba presentando.
Es curioso cómo esa lección que nos dio a todos la llegada de internet está haciendo mella en esta nueva disrupción, ya que da la sensación de que se está trabajando en paralelo, tanto en la creación de el o los metaversos como en la generación de esas capas de negocio destinadas, como decía, a generar unos 800 billones de dólares en apenas dos años. Hay muchos, hoy, gigantes como Google, Microsoft, Nvidia, además de Meta, que están invirtiendo tiempo y dinero en participar en esta especie de carrera, aunque también ya se empiezan a asomar los nuevos listos, como Sandbox, Decentraland, Axie Infinity y otros tantos.
Lo que parece inevitable es la resistencia y la negación generalizada que hay al respecto. Evidentemente, siembre hubo “early adopters” en todos los ámbitos y en todas las fases de la evolución, pero en este caso cuesta mucho, al igual que en el nacimiento de internet, que la gente imagine realmente lo que se nos viene. Porque hay quien quizás sí sea capaz de entender que dos personas podrán hablar e interactuar en un universo paralelo, pero suena increíble que alguien vaya a montar una cadena de supermercados, una universidad, un despacho de abogados, una inmobiliaria, el nuevo Starbucks, el nuevo IKEA o una simple tienda de antigüedades en un mundo que aún no existe.
Como siempre, y más allá de las nuevas grandes compañías que se crearán a raíz de este nuevo mundo en ciernes, aquellos que sepan ver más allá de la negación, podrán encontrar un sinfín de oportunidades para hacer negocio en el metaverso. Es evidente que, por la misma razón que Zuckerberg se mete en todo esto desde el principio, todos los negocios que funcionan en nuestro día a día real y tangible querrán (o deberían querer) encontrar su hueco, así como las “properties” de nuestro querido sector del deporte, pero también aparecerán nuevos visionarios que encontrarán la vuelta para inventar cosas que hoy no existen, idear modelos de negocio por sobre las propias capas de negocio creadas por los grandes y, en definitiva, aprovechar las oportunidades que aparecerán.
Para otro post quedará algo imprescindible para interactuar en el metaverso, como las criptomonedas -que nadie piense que rompiendo la antigua hucha de billetes y monedas podrá comprar nada por aquí- o los propios NFTs que mi compañero Roberto intentó explicar “para dummies” en este artículo que hemos publicado hace apenas un mes. Son todos sapos del mismo pozo, pero ya tenemos suficiente con intentar hacernos a la idea de que el pozo, en realidad, no es un pozo. Algo así como el “there is no spoon” que el niño intenta explicar a Neo en la primera película de la saga Matrix.
“Colectivo, compatible y convergente con la realidad”… Al menos, ya desde su fundación, el metaverso asume que la realidad va a seguir siendo la de siempre. Esperemos que así sea.
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